A lo largo del día escucho varias veces el sonido de la campana. Cada vez que suena me recuerda que tengo una nueva oportunidad para parar, respirar y volver al mejor momento: el aquí y el ahora.
Según voy profundizando en la práctica de la atención plena cada vez encuentro más “campanas”. Por ejemplo los gathas, esos pequeños poemas que acompañan las tareas más cotidianas de cada día volviéndolas únicas y realmente valiosas y significantes en sí mismas, sin necesidad de que sirvan para nada más que para Ser y Hacer, lo que soy y lo que hago en ese momento.
Atesoro otras campanas diferentes, como la comida. Al comer, el plato de comida se vuelve una campana en sí mismo que me recuerda el milagro de estar viva, la bendición de vivir en este lado del mundo y poder disfrutar de tanta abundancia.
Existen muchas campanas diferentes pero, entre todas, mi favorita es la sonrisa. Cuando voy a comenzar a comer y, al levantar los ojos, me encuentro con una sonrisa, recuerdo lo maravilloso que es parar, respirar y sonreír. Cada mañana, cuando estoy haciendo el movimiento meditativo y de repente veo ante mí esa sonrisa, lo que era un momento de pereza y languidez se vuelve un instante lleno de alegría y energía, y el movimiento sin más se transforma en movimiento con completo significado por sí mismo.
Siento profunda gratitud por haber descubierto una herramienta tan sencilla y a la vez tan transformadora. Como el rayo de sol que entra por la ventana iluminando toda la estancia, sin atrezos, sin pretensiones, con el poder de mostrar la verdadera belleza a este momento presente.
Mi día a día se ha ido llenado de campanas, y continúo sumando más: objetos, momentos, palabras o situaciones que me invitan, con su sola existencia, a parar y estar plenamente atenta. Plenamente viva.
Compasión Radiante Del Corazón