Aquí, en lo alto de la montañas,
la vida sigue discurriendo tranquila,
la hierba continúa creciendo,
eso sí, a un ritmo pausado,
pues los fríos del otoño caen diligentemente,
tal cual, caen las hojas de los robles,
tapizando el bello jardín.
Los petirrojos siguen cantando alegres,
en cualquier momento, nunca dejan
de ofrecernos sus magistrales conciertos,
y al anochecer, disfrutamos del silencioso
baile de los murciélagos,
que en armonía con la luna llena,
cubren el cielo de maravillosas danzas.
Ahora, en lo alto de la montaña,
la vida sigue transcurriendo
tan apacible y natural,
cómo lo lleva haciendo miles de eones,
vacía de toda percepción,
y tan plena y maravillosa
como siempre lo ha sido