Sentado sobre un haz de hierba kusa,
al frescor de un magnánimo carballo,
y de un viejo amieiro,
medito con mi hermano el pequeño
arroyo de montaña.
Sumergido en el silencio, le pregunto:
¿De dónde vienes y a dónde vas?
Él, no dice nada,
solo canta con un suave murmullo,
al son de una frágil mariposa
y una sutil libélula,
de un matojo de violetas,
que se asemejan a mil corazones,
sonriendo con la canción de mi amigo el arroyo,
al galope de una manada de caballos
y al zumbido de insectos,
que vuelan en las diez direcciones,
a la suave brisa que asciende arroyo arriba,
y a la dura piedra,
que entre sus frescas aguas,
se deja coger, y se manifiesta como un precioso
corazón.
Y ya sin esperar nada más,
su dulce canción,
toma un nuevo tono, que responde:
“Impermanencia es mi origen,
vacio mi destino, mas,
interser es mi hogar”.